EL TÍO JAUME
Por José Vilaseca
Quienes tuvimos la oportunidad de
conocerlo, sabemos que Jaime Portalés, El
tío Jaume, personificaba a la perfección ese
corazón latente de los barrios marineros; granota y
semanasantero, su figura trascendió el tiempo y las generaciones,
convirtiéndose en esa clase de persona querida y recordada por todos pero,
injusticias de la vida, en la que nadie pensaría para nombrar una calle o
bautizar un parque.
Para la historia ordinaria, la que queda
en las crónicas, El tío Jaume fue uno de los pioneros que decidió sacar a la
calle, de nuevo, a la Corporación de Pretorianos (aún sin penitentes), gracias
a la recuperación de la imagen titular, conocida popularmente como "el
Penchat" (que fue sacado de una buhardilla a través de un ventanuco, con
una maroma sujeta al cuello), tras muchos años de ausencia. Sin embargo, su
anecdotario era tan grande como su estatura.
Cuentan las malas lenguas que,
aprovechando la forma en que El
tío Jaume tenía de vivir las procesiones (vestido
con su coraza, su casco emplumado, espada y escudo, avanzaba marcial como el
centurión de aquella guardia pretoriana, impertérrito, como si fuera a
conquistar la mismísima Germania sin volver la cabeza para nada), su cohorte
decidió, una vez finalizada la procesión y sin cambiar el paso, tomar una ruta
alternativa sin decirle nada a aquel aguerrido comandante, que rozaba los dos
metros de estatura.
Y de tal guisa se lo encontraron sus
vecinos del Cañamelar, un pie, luego otro, sin darse cuenta que la música se
alejaba (porque quien siente la Semana Santa, sabe que los tambores y las
cornetas se llevan en las vísceras, sin que el oído influya para nada), solo
por la calle. Lo miraban sorprendido, como aquel monarca del cuento ‘El traje
del Emperador’, sin atreverse a decirle nada, hasta que alguien exclamó algo
así como:
-¡Tío Jaume, que la guardia te l’has
deixat pel camí!
Fuera de esa Semana Santa Marinera que adoraba,
y que lo convirtió en mito dentro de la siempre llamativa Guardia Pretoriana,
podías encontrarlo en su papelería Mijares, de idéntico nombre
a una de las peñas levantinistas que nació, creció y murió en el Marítimo. Como
el librero de La Historia Interminable, se ocultaba tras
estantes de libros y papeles que parecían infinitos, convirtiendo la pequeña
tienda en un auténtico laberinto donde sólo él podía orientarse.
Nuestro Tío Jaume era
recuerdo de otros tiempos, donde el barrio era pequeño y familiar, y podíamos
referirnos a él como tío sin temor a equivocarnos pues, de una
u otra forma, teníamos la seguridad de que era nuestra familia. Cuando se fue,
se marchó con él un pedazo de nosotros mismos, de esas casas de una sola
planta, de los comercios de barrio, de las reuniones maratonianas en fallas y
hermandades (pues eran tiempos de cambio constante), y que, como afirma el
dicho, quizá no cualquier tiempo pasado fue mejor... pero sí seguramente más
tierno.