lunes, 16 de julio de 2018

Juan Antonio Benlliure Tomás


JUAN ANTONIO BENLLIURE TOMÁS
Por Javier Mozas
 
Los Benlliure fueron una saga de artistas valencianos que abarca ampliamente los siglos XIX y XX. Comienza con el patriarca, Juan Antonio Benlliure Tomás, que nació en el entonces municipio de Poble Nou del Mar en el año 1832. Sus antepasados fueron marineros y pescadores del lugar.
 
Pero su lugar no era seguir la tradición profesional familiar trabajando con el mar, si no que fue el primero de su familia en dedicarse a la pintura. Su afición por la pintura desde joven, le llevó a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Una vez acabados sus estudios, se dedicó a la pintura decorativa y ornamental, y la escenografía. Sobre todo, desarrolló su trabajo para viviendas, dibujando perspectivas, y elementos decorativos de corte clásico como jarrones y guirnaldas, de moda en esa época.
 
Se casó con Ángela Gil y tuvieron seis hijos: Blas, José, María, Juan Antonio, Mariano y Jacinta. La mayoría de ellos se dedicaron a las artes, y con bastante fama, ya que los tres primeros fueron pintores y el cuarto fue escultor. Juan Antonio influyó claramente en su formación artística, sobre todo porque montó en su propia casa una escuela de pintura. También dos de sus sobrinos, Emilio y Gerardo Benlliure Morales, también fueron artistas, y uno de sus nietos.
 
Juan Antonio falleció el 16 de junio de 1906 en Valencia, siendo enterrado en el cementerio del Cabanyal.
 
Fundación Mariano Benlliure: http://marianobenlliure.org/


lunes, 2 de julio de 2018

Las antiguas barraquetes de nadar o Casas de Baños


LAS ANTIGUAS BARRAQUETES DE NADAR O CASAS DE BAÑOS

Rafa Solaz

 

La costumbre de ir a bañarse a las playas del Grao, Canyamelar y Cabanyal a partir del mes de julio ya está documentada desde hace siglos. No se tiene constancia de cuándo comenzó ni cómo sería el ritual del baño. Las noticias más antiguas que se tienen de instalaciones para cambiarse de ropa son construcciones efímeras utilizando cañas, palos y ramaje que se encontraban dispersos por la zona en abundancia. En un principio estaban destinadas al momento en que las mujeres, obligadas por el recato y la moral, las utilizaban para ponerse los paños menores, el traje de baño.

 

En el siglo XIX se construyeron las tradicionales barraquetes de nadar realizadas con tablones de madera y techumbres de cañas, lo que las hacía más consistentes y por lo tanto duraderas. Su interior estaba dividido en cabinas cubiertas de lonas, estoras o lienzos pintados, y separadas a uno y otro lado por un pasillo central. Se convertían así en espacios de intimidad necesarios para el cambio de indumentaria, sobre todo utilizados por las clases más populares.

 



Estaban situadas en primerísima línea de playa “en el último límite de las arenas besadas por las olas”, como una línea de formas caprichosas y grotescas. Vicente Blasco Ibáñez, en su novela Flor de mayo, las describe formando “en correcta fila ante el oleaje, empavesadas con banderas de todos los colores”. En el vértice superior de la fachada, las siluetas de monigotes, miriñaques, o barcos que distinguían a cada establecimiento. Un ejemplo era la de Miguel Llácer, que ostentaba en lo alto una campana y veleta, o la de Vicente Polit que tenía arriba de su entrada un gran escudo de Valencia y más arriba una bandera.

 

La rigurosa separación de sexos continuaba. De las destinadas a los hombres nos quedaron títulos, algunos evocadores y otros extravagantes, como: El Pelut, El Nano, El Fregit, El Bort, El Caragol, y para las mujeres: La Sabata, La Creueta, La Gàbia, El Titot… Los títulos evocadores con los que se les bautizó estaban puestos en la parte superior de la entrada. Otros que fueron conocidos eran Rosaura, El Globo, La Gloria, La Esfera, El Avión, La Mariblanca, La Palma, La Estrella, El Sol, La Luna, Florida, La Monkilí, o La Valenciana.

 

A la puerta de cada establecimiento se ponían a las barraqueras y barraqueros, pregonando las excelencias del establecimiento para así arrebatarse mutuamente a los parroquianos. Por ejemplo, era común pagar dos cuartos por el alquiler de una habitación, y algo más si por ejemplo necesitaba unos calzones para el baño. Estos precios económicos permitieron a las clases modestas acceder a un pequeño disfrute en el verano.

 

Al finalizar el verano, el propietario recogía los escasos muebles que había en el interior y desmontaba su barraqueta hasta la temporada siguiente. Vicente Blasco Ibáñez en su novela Flor de mayo describe este fenómeno como otra ciudad efímera “de quita y pon”. El resto del año, esta zona estaba olvidada.

 

Con el paso del tiempo y la construcción de los balnearios más pomposos, las barraquetes cayeron en desgracia y consideradas indecentes. A finales del siglo XIX existían registradas como casas de baños de mar alrededor de cincuenta. Después fueron sustituidos por los merenderos y restaurantes.

 

Solaz Albert, Rafael (2006): El Marítim. Paseo costumbrista a través de antiguas tarjetas postales.