lunes, 28 de octubre de 2019

El tío Jaume


EL TÍO JAUME
Por José Vilaseca

Quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo, sabemos que Jaime Portalés, El tío Jaume, personificaba a la perfección ese corazón latente de los barrios marineros; granota y semanasantero, su figura trascendió el tiempo y las generaciones, convirtiéndose en esa clase de persona querida y recordada por todos pero, injusticias de la vida, en la que nadie pensaría para nombrar una calle o bautizar un parque.

Para la historia ordinaria, la que queda en las crónicas, El tío Jaume  fue uno de los pioneros que decidió sacar a la calle, de nuevo, a la Corporación de Pretorianos (aún sin penitentes), gracias a la recuperación de la imagen titular, conocida popularmente como "el Penchat" (que fue sacado de una buhardilla a través de un ventanuco, con una maroma sujeta al cuello), tras muchos años de ausencia. Sin embargo, su anecdotario era tan grande como su estatura.

Cuentan las malas lenguas que, aprovechando la forma en que El tío Jaume tenía de vivir las procesiones (vestido con su coraza, su casco emplumado, espada y escudo, avanzaba marcial como el centurión de aquella guardia pretoriana, impertérrito, como si fuera a conquistar la mismísima Germania sin volver la cabeza para nada), su cohorte decidió, una vez finalizada la procesión y sin cambiar el paso, tomar una ruta alternativa sin decirle nada a aquel aguerrido comandante, que rozaba los dos metros de estatura.

Y de tal guisa se lo encontraron sus vecinos del Cañamelar, un pie, luego otro, sin darse cuenta que la música se alejaba (porque quien siente la Semana Santa, sabe que los tambores y las cornetas se llevan en las vísceras, sin que el oído influya para nada), solo por la calle. Lo miraban sorprendido, como aquel monarca del cuento ‘El traje del Emperador’, sin atreverse a decirle nada, hasta que alguien exclamó algo así como:


-¡Tío Jaume, que la guardia te l’has deixat pel camí!

Fuera de esa Semana Santa Marinera que adoraba, y que lo convirtió en mito dentro de la siempre llamativa Guardia Pretoriana, podías encontrarlo en su papelería Mijares, de idéntico nombre a una de las peñas levantinistas que nació, creció y murió en el Marítimo. Como el librero de La Historia Interminable, se ocultaba tras estantes de libros y papeles que parecían infinitos, convirtiendo la pequeña tienda en un auténtico laberinto donde sólo él podía orientarse. 

Nuestro Tío Jaume era recuerdo de otros tiempos, donde el barrio era pequeño y familiar, y podíamos referirnos a él como tío sin temor a equivocarnos pues, de una u otra forma, teníamos la seguridad de que era nuestra familia. Cuando se fue, se marchó con él un pedazo de nosotros mismos, de esas casas de una sola planta, de los comercios de barrio, de las reuniones maratonianas en fallas y hermandades (pues eran tiempos de cambio constante), y que, como afirma el dicho, quizá no cualquier tiempo pasado fue mejor... pero sí seguramente más tierno.

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