lunes, 17 de junio de 2019

José Aguirre Matiol


JOSÉ AGUIRRE MATIOL
Luiso Fernández

Esta antigua calle del otrora municipio de Villanueva del Grao fue conocida con el nombre de Atarazanas por el hecho evidente de encontrarse allí el edificio donde se reparaban y construían las embarcaciones. Pero en 1913, una vez anexionados desde 1897 el Pueblo Nuevo del Mar y Villanueva del Grao, y para evitar la duplicidad de nombres de calles en el mismo término municipal, el Ayuntamiento acordó rebautizar la calle de las Atarazanas con el nombre de José Aguirre.

La inscripción que hay en el pedestal del busto dedicado José Aguirre Matiol (Valencia, 1842 – 1920) en el puerto de Valencia reza: A José Aguirre Matiol, iniciador de la exportación naranjera en 1870. Y así es, este comerciante hijo de Villanueva del Grao, es reconocido en nuestra ciudad por ser el pionero en la exportación de naranja y demás frutas, hortalizas y legumbres frescas desde el puerto de Valencia hasta Francia, Gran Bretaña y Holanda en el siglo XIX.

Consignatario de buques, dedicó su vida al comercio marítimo, donde además de iniciar la exportación de frutas y verduras, José Aguirre introdujo el embalaje en cajas, la envoltura de la fruta en papel cebolla y la estampación de la marca que tanto ayudo a reconocer la naranja valenciana allende de nuestras fronteras.

Pero la vida extra profesional de Aguirre Matiol aún fue más intensa. Alternó la actividad del comercio marítimo con el cultivo de la poesía y las letras. No en vano fue discípulo de Vicente Boix y condiscípulo de Llorente y Querol, con los que inició el renacimiento literario de la Lengua Valenciana. Fue socio fundador de Lo Rat Penat y convirtió su caseta de Bétera, conocida como la Caseta Blanca, en un santuario de las letras valencianas donde celebraba fiestas literarias junto a sus amigos e insignes literatos como los propios Querol y Llorente, junto a Pizcueta, Ferrer y Bigné, Labaila o Escalante.

Para más información:
Fernández Gimeno, Luis (2019): Carrers Il·lustrats. Ajuntament de València

lunes, 10 de junio de 2019

La moda de tomar baños en Valencia


MODA DE TOMAR BAÑOS EN VALENCIA
Por Rafa Solaz

El historiador Escolano decía en sus Décadas (1610), refiriéndose a la tradición de los valencianos que tenían de acudir a la playa del Grao a los baños de mar:

Los ciudadanos de Valencia empalagados de tenerla siempre delante de los ojos, arde de ordinario la sed en ellos de salir a verla, espoleados de aquella poca privación; y metiéndose en infinidad de coches y carrozas, que deben pasar de dos mil, forman por tierra cada día en los veranos una armada apacible y terrestre navegación”.

Algo más tarde, José Antonio Cavanilles describe en sus Observaciones (1793) el veraneo de los valencianos en las playas del Grau y del Cabanyal:

Allí acuden los de la capital a bañarse, cuyo prodigioso concurso aviva aquel recinto, ya de suyo interesante por el movimiento de las aguas y los buques que se descubren. Los años pasados iban y volvían comúnmente en el mismo día por la facilidad que ofrecen centenares de calesines y otros carruajes apostados para este fin en las puertas de la ciudad. Ya muchos, contagiados de la frescura y amenidad del sitio, suelen permanecer algunos días alojados en las chozas de los pescadores. Aumentándose con el tiempo la pasión y el número de concurrentes, varios sujetos acaudalados, no contentos con el alojamiento de las chozas, han construido sucesivamente edificios espaciosos en los que se hallan las comodidades, los adornos y hasta el lujo de la capital. Júntanse allí en estío personas brillantes de ambos sexos, viven en libertad, sin etiquetas, y en diversión continua.”

No sólo los valencianos acudían a las playas a tomar baños. También personajes de alta alcurnia se acercaban a veranear a las playas valencianas. El reconocido pintor Francisco de Goya vino en el año 1790 a Valencia junto a su esposa a tomar baños en la playa del Cabanyal por prescripción facultativa. Pocas décadas después, en el año 1835, vinieron los infantes Francisco de Paula y su esposa Luisa Carlota, quedando prendados de la maravillosa experiencia y repitieron al verano siguiente. Se da la circunstancia que les acompañaba un enorme séquito compuesto por casi cuarenta personas que tuvo problemas de alojamiento, teniendo que repartirse entre el Cabanyal y la ciudad.

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, los veraneantes pertenecían a la clase media, dados a la comodidad, la diversión y al ocio. Más tarde, se revistió de tintes aristocráticos, muy influenciados por la moda de París, esmerando la indumentaria y las costumbres veraniegas, pasando de habitar en la temporada estival de las barracas y alquerías, por la construcción de una segunda residencia en la Malvarrosa. Este glamour chocó con la sencillez de los marineros y sus familias, lo que produjo un distanciamiento entre ambos.

La ribera de la playa tiene su sección pintoresca simpática, pasado el Cabañal; la campiña con las malvas, rosas y blancas que parecen espolvorear de estos colores las frondosas extensiones planas; las palmeras sombreando la barraca, esas viviendas de techos agudos como naipes doblados por la mitad, con su cruz de madera y la cal viva de la fachada y la escopeta colgada en el golpete de la puerta.” (Durand Vigneau, Valencia, 1900).

Cuando el sol comenzaba a caer, la merienda se hacía presente para los bañistas. En ese momento hacían su aparición improvisados vendedores ambulantes que ofrecían sus mejores productos para la merienda. Las jóvenes portaban un cántaro o cesto bajo el brazo con agua recién sacada del pozo o pasteles dulces o salados, otros pregonaban aigua cibà (horchata), cacahuetes, altramuces o habas hervidas; las galleteres, mujeres que vendían galletas en un cestillo al grito de ¡Salades i dolçes!, y el barquillero, que invitaba al juego de la ruleta ofreciendo como premio los barquillos. Los populares cocoteros que en la cesta que solían llevar en la cabeza, portaban cocotets, una bota de vino y el tradicional pastel de pescado, una especie de empanada de pescado en forma de media luna, que vendía al grito de ¡Cocots i vi cavallers!. También hacían su aparición fotógrafos que, cámara y trípode en mano, recorrían las playas para realizar retratos personales o familiares y vender la copia respectiva.

La concurrencia de bañistas provocó un curioso auto de la Real Audiencia fechado el 22 de agosto de 1803. Los horarios de los baños se establecían desde las horas de madrugada hasta las siete de la mañana, a partir de la cual se prohibía el baño, con toda seguridad, para facilitar las tareas de pesca. A las once se permitía nuevamente hasta la una. Luego, más tarde, desde las primeras oraciones hasta las diez de la noche.

PARA AMPLIAR INFORMACIÓN:
Solaz Albert, Rafael (2006): El Marítim. Paseo costumbrista a través de antiguas tarjetas postales.
Blasco, Rafael (1859): “El Cocotero”, en Los valencianos pintados por sí mismos, Valencia.
Vidal Corella, Vicente (1979): Las barracas del Cabañal. “Las Provincias”, 5 de agosto de 1979.
Vidal Corella, Vicente (1977): El veraneo en el Cabañal de antaño. “Valencia Atracción”, julio 1977.