lunes, 3 de diciembre de 2018

Pepica la Pilona


PEPICA LA PILONA
por José Vilaseca

Como ustedes sabrán, algunos lugares del mundo son más conocidos por el personaje que protagoniza su dicho popular o su hazaña particular: la corrala de la Pacheca, en la calle Príncipe de Madrid, ser més gos que el Negre Lloma en Alicante, o ser más feo que Picio, famoso vecino de la granadina villa de Alhendín.

Así que no les debe extrañar que si me atrevo a destacar, por encima de los demás, a un habitante de nuestros Poblados Marítimos, que haya trascendido más allá de las generaciones, esta sea Pepica La Pilona.

De vivir hoy, quién sabe si sería protagonista de memes, de vídeos virales o de cualquier otro trampantojo tecnológico. Su aspecto (ropajes ajados y oscuros, bolso inmenso a lo Mary Poppins, pelo estirado, tenso y recogido en un moño, ojos pequeños pero vivísimos), la haría parecer gótica, y su afición por el cine (era cliente habitual del Merp y del Imperial, donde se recuerdan sus combates victoriosos contra bocadillos pantagruélicos, sus conversaciones en voz alta con la pantalla o sus sonoras ventosidades y eructos), seguramente la situarían entre los hipsters del siglo XXI.

Pero, claro, ella vivió durante tres cuartas partes del siglo XX, y nuestras madres y abuelas, que tan bien la conocían, no eran amigas de moderneces. Mantenían con ella una relación ambivalente, entre lo entrañable y lo grimoso, si me permiten el "palabro"; tan pronto alababan su espontaneidad como censuraban su higiene y, si por casualidad recibías en la frente o en el pelo uno de sus inocentes y sonoros besos, acababas siendo sometido a una escrupulosa investigación de zoonosis. Solo por si acaso.

Antes de que nadie inventara aquello de "persona en riesgo de exclusión social", Pepica personificó con enorme dignidad la imagen de la pobre de necesidad y por necesidad. Se la veía pedir aquí y allá, a veces para ella, otras para los leprosos de Fontilles, en Alicante (la que se consideró última leprosería del mundo occidental). Cuentan que, fruto de un abuso, tuvo que dar a un hijo en adopción, quizá temerosa de que tuviera que acompañarla en su aciaga vida. Pero, a pesar de que sus días se escribieron más en el claroscuro de la Posguerra que en el todo color de la Transición, su espíritu libre y su lengua afilada son recordados en cada rincón de la Malvarrosa, el Cabañal y el Cañamelar, como una leyenda viva de nuestros barrios marineros.

FUENTES:
* La Malvarosa en blanc y negre (http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/)
* Podría ser peor (https://letaqui.wordpress.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario