PEPICA LA PILONA
por José Vilaseca
Como ustedes sabrán, algunos lugares del
mundo son más conocidos por el personaje que protagoniza su dicho popular o su
hazaña particular: la corrala de la Pacheca, en la calle Príncipe de Madrid,
ser més gos que el Negre Lloma en Alicante, o ser más feo que Picio, famoso
vecino de la granadina villa de Alhendín.
Así que no les debe extrañar que si me
atrevo a destacar, por encima de los demás, a un habitante de nuestros Poblados
Marítimos, que haya trascendido más allá de las generaciones, esta sea Pepica
La Pilona.
De vivir hoy, quién sabe si sería
protagonista de memes, de vídeos virales o de cualquier otro trampantojo
tecnológico. Su aspecto (ropajes ajados y oscuros, bolso inmenso a lo Mary
Poppins, pelo estirado, tenso y recogido en un moño, ojos pequeños pero
vivísimos), la haría parecer gótica, y su afición por el cine (era cliente
habitual del Merp y del Imperial, donde se recuerdan sus combates victoriosos
contra bocadillos pantagruélicos, sus conversaciones en voz alta con la
pantalla o sus sonoras ventosidades y eructos), seguramente la situarían entre
los hipsters del siglo XXI.
Pero, claro, ella vivió durante tres
cuartas partes del siglo XX, y nuestras madres y abuelas, que tan bien la
conocían, no eran amigas de moderneces. Mantenían con ella una relación
ambivalente, entre lo entrañable y lo grimoso, si me permiten el
"palabro"; tan pronto alababan su espontaneidad como censuraban su
higiene y, si por casualidad recibías en la frente o en el pelo uno de sus
inocentes y sonoros besos, acababas siendo sometido a una escrupulosa
investigación de zoonosis. Solo por si acaso.
Antes de que nadie inventara aquello de
"persona en riesgo de exclusión social", Pepica personificó con
enorme dignidad la imagen de la pobre de necesidad y por necesidad. Se la veía
pedir aquí y allá, a veces para ella, otras para los leprosos de Fontilles, en
Alicante (la que se consideró última leprosería del mundo occidental). Cuentan
que, fruto de un abuso, tuvo que dar a un hijo en adopción, quizá temerosa de
que tuviera que acompañarla en su aciaga vida. Pero, a pesar de que sus días se
escribieron más en el claroscuro de la Posguerra que en el todo color de la
Transición, su espíritu libre y su lengua afilada son recordados en cada rincón
de la Malvarrosa, el Cabañal y el Cañamelar, como una leyenda viva de nuestros
barrios marineros.
FUENTES:
* La Malvarosa en blanc y negre
(http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/)
* Podría ser peor
(https://letaqui.wordpress.com)
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